Alejandría


La generosa inocencia de Clea –se necesitaba algo así para comprender el vacío de la vida de Justine, cuya única compañía eran sus penas secretas–, ilustración pura y simple de un espíritu en conflicto consigo mismo, pues somos los autores de nuestro propio infortunio y en él imprimimos nuestras huellas digitales. El gesto en sí no era sino una tentativa torpe de adueñarse del misterio de una experiencia auténtica, de un sufrimiento auténtico, así como el suplicante confía en que, tocando a un santo, se operará la transferencia de la gracia que a él le falta. El beso no esperaba otro beso como respuesta, no deseaba copiarse a sí mismo como el reflejo de' una falena en un espejo. De haber sido premeditado ese gesto habría salido demasiado caro. ¡Como resultó serlo al fin! El cuerpo de Clea luchaba simplemente por librarse de la envoltura de su inocencia como un niño o una estatua luchan por la vida entre los dedos o los forceps de su autor. Su fracaso era el de una mujer muy joven; el de Justine era el fracaso de una mujer sin edad; su inocencia estaba tan indefensa como la memoria misma. Ella que sólo buscaba y admiraba la serenidad del sufrimiento de Justine, se encontró con la amargura corrosiva de un amor no solicitado. Era "blanca de corazón", como dice la expresiva frase árabe, y mientras pintaba la cabeza y los hombros oscuros de Justine sintió de pronto como si, toque tras toque, el pincel hubiera empezado a imitar caricias que ella no había imaginado ni siquiera pensado permitirse. Y mientras escuchaba aquella voz profunda y bien timbrada, tan deseable por pertenecer al mundo activo y viviente de la experiencia, contenía la respiración tratando de pensar solamente en los signos inconscientes de buena educación de su modelo: manos inmóviles sobre el regazo, voz baja, reserva reveladora del verdadero poder. Pero incluso ella, con su inexperiencia, poco más podía hacer que compadecer a Justine cuando le oía frases como: "No soy demasiado buena, ¿sabes? Arnauti solía decir que sólo sé dar tristeza. Él despertó mis sentidos y me enseñó que lo único que cuenta es el placer, que es el polo opuesto de la felicidad, su lado trágico, me imagino." Clea se conmovió al oírla: le parecía evidente que Justine nunca había experimentado verdadero placer; hay que ser generoso para eso.
Lawrence Durrell
El cuarteto de Alejandría - Balthasar

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