Tiempo de vida y tiempo de transformación


Tiempo y creación significa también tiempo y destrucción. El pensamiento tradicional ha negado siempre la creación, pero, simétricamente, estaba obligado a afirmar la imposibilidad de la destrucción (nada se crea, nada se pierde, todo se transforma). Pero, también, esquizofrenia: la destrucción ha sido presentada como yendo de suyo. El pensamiento tradicional piensa a la vez el sí y el no. En sus partes “serias”, filosofía, ciencia, etc., no hay destrucción verdadera sino solamente “descomposición” de las entidades compuestas; y en el nivel de la reflexión “ordinaria”, afirma que todo pasa, todo se agota, todo se rompe, que el tiempo que transcurre destruye. En dos ocasiones, Aristóteles debe volver sobre este tema. Primero dice que con razón la opinión común1 afirma que el tiempo es destructor: ho chrónos hápas ekstatikós, ek-stático; esto retomará Heidegger, como sabemos, pero en un sentido alterado: ex-sistere,2 salir de sí, cesar de estar ahí en donde se está, pero “ahí en donde se está” en el sentido filosófico del término, cesar de ocupar el lugar ontológico que se ocupa, cesar de tener las determinaciones que se tenían. Y luego Aristóteles se rectifica, se corrige, recordando que no es el tiempo como tal que destruye, sino que “sucede” –sumbaínei, accidere, it so happens– que el paso del tiempo acompaña siempre a la destrucción.
La cuestión de la destrucción nos trae a la memoria una de las más bellas y célebres definiciones de la vida de los tiempos modernos: la que da Bichat en sus Investigaciones fisiológicas sobre la vida y la muerte (1799):4 “La vida es el conjunto de funciones que resisten a la muerte”. Muy hermoso. Pero, ¿qué es la muerte? La muerte es el conjunto de funciones que ocasiona el fin de la vida. Pero la muerte también es la destrucción de las funciones que resisten a la muerte. Bellas tautologías. ¿Qué más podemos decir?



Seminario del 26 de noviembre de 1986

Cornelius Castoriadis

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