Y entonces qué

Las personas que amé, con las que viví un tiempo que en su momento parecía permanente. 

Hace unos días hacía un registro mental de sus nombres. De sus presencias que ya no están. Y entonces qué somos. Qué soy, o más bien, qué seré. Si hoy efectivamente creo ser y tecleo estas letras en este preciso momento. ¿Y ellos? Ya no están. Muchos han muerto. Demasiados. 

Es seguro que solo se trate de la nostalgia inducida por las fechas de fin de año. No es posible evitar la banalidad cuando esta me ha acompañado persistentemente.

La primera huida, la de mi padre. Me daba muchos besos por los que no podría darme en el futuro.  Decir de mi madre. Un futuro que ya pasó. 

Luego mi abuela, con su historia crispada de lo que he sentido más de una vez: aquello que opone, que coharta, que impide que la solución se dé, que la cosa fluya. La vivencia de la traba que conduce a la derrota.

Julio mi tio, a quien acompañé en su último trayecto con la esperanza, de su parte, de sobrevivir y no lo logró.

O Luis, aquel otro, que una noche recibimos  la llamada abrupta de su muerte, y lo que sentí. Un dolor físico, un tajo al escuchar el dolor de mi madre.

O esa noche en la que fui despertado para ver morir a mi hermano.

O la lenta agonía de mi madre.

Sabes, para esto, decía Edipo, mejor no haber nacido. Y lo entiendo. 

He llegado a ese antiguo malecón que ya no existe sino en el pasado y en sueños.

Su actividad sigue siendo la misma.

Barcos, barcazas que están acoderadas en los muelles, o unas que llegan y otras que se van.

Tomo una. La humedad, las maderas, los claroscuros. Está partiendo la nave. Este viaje.

El proceso de partir, lento, pausado. Y una vez que se ha terminado la maniobra, el inicio propio de la navegación. Sensaciones diferentes a las que se tienen al viajar por tierra. El agua en relativa calma. Apreciar el paisaje, los aromas, el viento que envuelve. 

Cuando de pronto veo la corriente. Nos estamos acercando y es algo tan distinto. Aunque esté hecha de la misma substancia, me parece que será como estrellarse contra una fuerza atroz. Pero estamos directamente en curso. No sé si habrá un después. Titubeo.

Pero en eso miro,  en la corriente que desde aquí se ve feroz, a una nave estabilizada en ella y me digo que sí es posible.

Estamos por entrar y de pronto sucede. La embarcación zozobra, me digo. Es inenarrable la voracidad de lo que estoy viviendo. Todo parece colapsar. No reconozco ya el tiempo, no sé si son segundos o siglos. 

Y de pronto, tan así como empezó, pero sin aviso previo, cuando ya todo parecía terminado, se calma. Estamos en la corriente. Desde acá lo  veo todo, también  aquel otro sitio en el que hasta hace poco estuvimos, que se aleja.


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