El eterno retorno


El siguiente texto lo escribí, si mal no recuerdo, en 1991. En ese lapso hay cosas que han cambiado en Guayaquil. Por ejemplo su Malecón. Ya no acoderán los barcos que venían de Galápagos, sin embargo no los echo de menos. "La Bahía" sigue igual, encantadora, al menos para mi. Por lo demás, la historia está ahí. Alguien hace poco me decía que sentía mucho dolor en ella. La vida es una de cal y otra de arena, cada quien eso lo toma como puede. Hay quienes se pierden, otros terminan mascando chicle, hay quienes se vuelven evangelistas, testigos y no testigos. Como dije en otro escrito, todo pasa, también la tristeza.


Carta a una amiga


Alguna vez escuché que la historia es el eterno retorno de lo mismo. Ha pasado tanto tiempo desde aquella última vez y nunca habrá excusa, al menos ya no estamos en edad para ello. Talvez lo volveremos a estar después de algunos años, un poco más viejos y ahí, presumiblemente, niños otra vez.

Sin embargo, no es descabellado pensar que esta carta ya te la ha escrito y te la volveré a escribir.

Que cada vez ha corrido diferentes suertes y que le esperan otras que no puedo siquiera imaginar.

Pasa el año, ¿sólo otra cifra en el calendario?

Un poeta de la ciudad escribió:"Diciembre triste con perfil de hielo".

Aquel 24 daré, como lo he venido haciendo desde hace mucho tiempo, un paseo por el centro y me internaré entre los meandros de "La Bahía", atestados al punto de voces, comercio, bullicio.

En cambio el 31 será la locura de los "años viejos"que, como recordarás, algunos serán quemados a media mañana por los oficinistas que para esa ocasión abandonarán sus acondicionados recintos, saliendo por fin a plena calle. Parecerían aprovechar la oportunidad para exorcisarse, con el retumbar de camaretas y fuego.

Es la metamorfosis de sus gritos siempre sofocados; la furia por lo que el año lleva o deja sin concesión: ambiciones y proyectos no consumados, el ascenso que nunca llegó o que cuando lo hizo, cómo decirlo, ¡no era para tanto! Obviamente especulo.

En momentos como el de la quema de los "viejos", o con los truenos de una tormenta, o al paso retumbantemente cercano de un avión, se apodera de mi una sensación de vértigo, de violencia, de un poder que es parecido al "no tengo miedo" de un niño que en la obscuridad de su cuarto se enfrenta con aquellos que no nota aún que son sus fantasmas.

Hace unos días, andando a la altura del antiguo Humbolt, por el malecón, la mañana sombría, cercana a ser prisionera de la lluvia, me invitó a caminar por esos queridos lugares.

Un barco arriva de Galápagos dando al muelle una inusual actividad. Por ahí hombres en cuclillas jugando a las cartas; más allá otros bebiendo unos tragos de licor, mientras charlan tejiendo imperceptiblemente sus destinos.

Me sentaré en una banca, sentiré caer, sin prisa, tímidamente, una gota de agua. Me calaré la chompa de cuero. Como siempre, la realidad no alcanza a ser tal cual lo soñado. Sin apuro me dejaré estar ahí. Luego, por el angosto corredor que hacen las plantas y la baranda que da a la orilla, me alejaré.

Sí, la realidad no llega a ser lo que el deseo anhela. Aunque hubo una vez un momento, tan sólo un instante, en el que sentí encontrar del modo en el que lo había deseado. ¿Fue un encuentro que aconteció?

Sé lo que me dirás, lo supe alguna vez. Dirás: "tanto mejor, no tuvieron que crecer juntos, no hubo que acomodarse, no hubo que soportarse. Sólo quedó aquel instante breve e intenso, para luego poder, en la obscuridad del recuerdo, sentarnos a escribir y contarnos, talvez con ironía, que la realidad no fue lo que el deseo anheló". Sin embargo, no envidies mi instante, sólo el presente es lo que a fin de cuentas realmente importa.

En fin, espero volver a escribirte, no sé cuándo, no sé dónde. Con mi afecto corregido y talvez mejorado.

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