Escrito por estas fechas hace 16 años, en Guayaquil.
Alguna vez escuché que la historia es el eterno retorno de lo mismo.
Ha pasado tanto tiempo desde aquella última vez y nunca habrá excusa, al menos ya no estamos en edad para ello. Tal vez lo volveremos a estar después de algunos años, un poco más viejos y ahí, presumiblemente, niños otra vez.
Sin embargo, no es descabellado pensar que esta carta ya te la he escrito y te la volveré a escribir. Que cada vez ha corrido diferentes suertes y que le esperan otras que no puedo siquiera imaginar.
Pasa el año, ¿sólo otra cifra en el calendario?
Un poeta de la ciudad escribió: "Diciembre triste con perfil de hielo". Aquel 24 daré, como lo he venido haciendo desde hace mucho tiempo,un paseo por el centro y me internaré entre los meandros de "La Bahía", atestados al punto de voces, comercio, bullicio.
En cambio el 31 será la locura de los "años viejos" que, como recordarás, algunos serán quemados a media mañana por los oficinistas que para esa ocasión abandonarán sus acondicionados recintos, saliendo por fin a plena calle.
Parecerían aprovechar la oportunidad para exorcisarse, con el retumbar de camaretas y fuego. Es la metamorfosis de sus gritos siempre sofocados; la furia por lo que el año lleva o deja sin concesión: ambiciones y proyectos no consumados, el ascenso que nunca llegó o que cuando lo hizo, cómo decirlo, no era para tanto! Obviamente especulo.
En momentos como el de la quema de los "viejos", o con los truenos de una tormenta, o al paso retumbantemente cercano de un avión, se apodera de mi una sensación de vértigo, de violencia, de un poder que es parecido al "no tengo miedo" de un niño que en la obscuridad de su cuarto se enfrenta con aquellos que no nota aún que son sus fantasmas.
Hace unos días, andando a la altura del antiguo Humbolt, por el Malecón, la mañana sombría, cercana a ser prisionera de la lluvia, me invitó a caminar por esos queridos lugares.
Un barco arriba de Galápagos dando al muelle una inusual actividad. Por ahí hombres en cuclillas jugando a las cartas; más allá otros bebiendo unos tragos de licor, mientras charlan tejiendo imperceptiblemente sus destinos.
Me sentaré en una banca, sentiré caer, sin prisa, tímidamente, una gota de agua. Me calaré la chompa de cuero. Como siempre, la realidad no alcanza a ser tal cual lo soñado. Sin apuro me dejaré estar ahí. Luego, por el angosto corredor que hacen las plantas y la baranda que da a la orilla, me alejaré.
Sí, la realidad no llega a ser lo que el deseo anhela. Aunque hubo una vez un momento, tan sólo un instante, en el que sentí encontrar del modo en el que lo había deseado.
¿Fue un encuentro que aconteció?
Sé lo que me dirás, lo supe alguna vez. Dirás: "tanto mejor, no tuvieron que crecer juntos, no hubo que acomodarse, no hubo que soportarse. Sólo quedó aquel instante breve e intenso, para luego poder, en la obscuridad del recuerdo, sentarnos a escribir y contarnos, tal vez con ironía, que la realidad no fue lo que el deseo anheló". Sin embargo, no envidies mi instante, sólo el presente es lo que a fin de cuentas realmente importa.
En fin, espero volver a escribirte, no sé cuándo, no sé dónde.
Con mi afecto corregido y tal vez mejorado.
Comentarios
Un abrazo
Estas palabras como muchas otras quedaran marcadas en el recuerdo, en la memoria que es lo unico que nos queda para revivir lo que no pudo ser o quizas si lo fue en un tiempo, quizas en un destiempo. Momentos que alimentan el espiritu y llenan de alegria los momentos de soledad. De encuentro con ese otro, el recuerdo...............
La carta es muy bella, muy descriptiva. Pareciera que lleva de la mano a su amiga recorriendo las calles de esta bella ciudad!
Ojala la haya vuelto a encontrar a esta persona, mi querido Antonio!
Luego de algún tiempo, frente a aquella frase, un amigo la comentó: "todo pasa, mas lo único eterno es la tristeza".
No estoy seguro que se trate de alguien en particular, más bien son algunas historias, que fueron hilando esa carta.
Realmente se inició como la carta a un amigo. Un querido amigo, casi un hermano, que un día se marchó buscando, como suele decirse, mejores días, que afortunadamente encontró.
Luego pasaron por esa carta otras historias, que la dejarón así, en esa versión final que verdaderamente no escribí, sino que más bien reescribí, hace 16 años.
Una vez leí, de alguien que aprecio, que evitaba comentar lo que había escrito, por muchas razones. Una es que lo escrito cobra vida en la lectura. De modo que qué quiso decir el escritor, qué pasó realmente, no tiene importancia y está perdido, así, en ese orden. Que el tiempo de la lectura es la coincidencia de los tiempos siempre pasados del escritor, con el tiempo que adviene y siempre por advenir, del lector. Siempre por advenir gracias a que si lees algo hoy, lo puedes volver a leer. Si pasa el tiempo, encontrarás cosas o matices distintos. El texto es el mismo, el lector no, aunque perdure la ilusión de su identidad.
Curiosamente también se me escapó en el comentario anterior, la idea principal o la razón, para usar los mismos términos, que tenía en mente para citar, sin mencionar quién, a aquel autor, que en verdad es más de uno. Y es que cuando comentamos lo que escribimos, corremos el riesgo de vanalizarlo.
No se si te ha pasado, pero en ocasiones veo algo "sólo de fachada", que al entrar me impresiona. En otras palabras, lo que encuentro adentro es mucho mejor que lo que he visto fuera.
Por otra parte, hay cosas de las que uno no se da cuenta, porque las ha ido viviendo de a poco y sus efectos también.
Efectivamente, ya ese Malecón no existe. También es cierto que no lo extraño. Pero no lo denigro porque el actual sea para algunos incomparablemente mejor. Para mi es, cómo decirlo, más bien distinto.
Igual me gusta darme mis vueltitas y navegarlo, cada vez que puedo y preferentemente en buena compañía a solo, en los cruceros de El Pirata Morgan o del Discovery.
Cuando pienso en el rio, respiro profundo, hasta ahora en este instante, y me llega su aroma.