Ladrón de Levita

Los mismos que han reconocido el talento de Jorge Luis Borges en lo literario, no siempre lo han valorado en relación con sus lacónicas opiniones políticas. Tal vez no precisan bien que algunos de sus comentarios se originan a partir de la amarga experiencia de verse enfrentado, en la época del “Perón Perón qué grande sos”, con la hostilidad populista. Borges admiraba de Europa, en especial de su recordada Suiza, la característica del Estado en cuanto a funcionar en silencio. Qué diferencia con los nuestros, de locuacidad a ratos maniaca, como es la que ha padecido por 48 años Cuba con un Fidel Castro, que en sus buenos tiempos, seis o más horas monologando en tarima, no le eran suficientes para convencerse de que el Gran Reloj de la Revolución estaba en marcha. Estilo que aprendió como estudiante meritorio el coronel bolivariano.

Como forma de locuacidad, últimamente escuchamos con insistencia la frase “revolución ciudadana”, que además parece ser que comporta una suerte de sistema métrico particular, de modo que es posible oír que fulano o zutana están o no a la altura de dicha gran causa. Albert Einstein ironizaba diciendo que las nuevas ideas que nacen ancladas a viejas formas de pensar, no van a cambiar el mundo. Revolución, ese lugar común que ha sido concepto y emblema bajo cuya égida se ha sacrificado tantas vidas reales de cara a ideales voraces y perversos, como lo son todos los ideales. Apología del Buen-lugar, sin notar que la condición del paraíso es que sea perdido. Dirán que nos hemos ido de largo, pero no menos ha pretendido esa vieja consigna que es la revolución. Y además, para el caso, ciudadana. ¿Pero es posible confundir electorado con ciudadanía? ¿De qué estamos hablando cuando un Gobierno como estrategia, apunta al electorado y al mismo tiempo se desentiende en la práctica de la clase media, que es la que hace en los Estados democráticos el fundamento ciudadano? Seguramente se podrá decir que existen varias “clases medias”, o que la “pequeña burguesía” se inspira en visiones arribistas que valoran, por ejemplo, matricular a sus hijos en buenos colegios de manera que se agencien interesantes partidos matrimoniales. Seguramente ahí sí se sabe de lo que se está hablando. En todo caso, la pequeña burguesía, ¿es un peligro? Sin duda alguna lo es, para proyectos como el liderado por Hugo Chávez, quien se ha topado con la sorpresa de que no es suficiente con el electorado y que las cosas pueden complicarse de no tener una estrategia para la clase media más allá de eliminarla. ¿Entonces la opción será generar una mera estrategia que la asimile y termine anulando su derecho y su deber de cuestionamiento, es decir, de auténtica ciudadanía? El nombre de este artículo no alude ni a la obra de Leblanc ni a la de Velasco, más bien al Ogro Filantrópico, que para nuestro caso además de consumir los recursos del petróleo intentará fondearse a lo Robin Hood quitándole no a los ricos, a los que ese viento por el momento apenas despeina, sino a la peligrosa pequeña burguesía que debe aprender con dolor a ser solidaria. En suma, es crucial diferenciar y, como nunca supo hacerlo la derecha agónica, saber que hay amigos que llegado el momento, es mejor no tenerlos que tenerlos.

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