El espectáculo del terror

Cuando la magra lógica del negocio se vuelve omnicomprensiva y todo poderosa, distintas cosas suceden. Entre ellas la estandarización del quehacer político a la baja. En todo caso, para qué insistir con el agua tibia, si es un tema esclarecido. Basta escuchar Cambalache de E. Santos Discépolo.
Lo que sucede en nuestros países es sintomático: las llamadas partidocracias desgastadas, al romper con los fundamentos de la política y de sus movimientos, de cara al negocio de la política. Y así vemos llegar a llaneros no tan solitarios; diferenciándose de algún modo del status quo. Vemos a los Fujimori, el Menen con patillas antes del botox, Morales, Chávez, Gutierrez, Bucaram, y en otras aguas Putin, Sarkozy, Obama.
Y nuevamente la hegemonía de discursos fáciles que se amparan en la historia del bueno y el malo, efecto del negocio del cine y la televisión. Donde también encontramos a ese espantoso síntoma del pueblo americano llamado George Bush
Le recomiendo la lectura del siguiente texto.



El espectáculo del terror
08.09.2008 - TEODORO LEÓN GROSS

JUAN Goytisolo ha justificado el retorno a la novela -una sátira de trazos a veces gruesos titulada 'El exiliado de aquí y de allá. La vida póstuma del Monstruo del Sentier'- estimulado por la mercantilización del terror. Esa es, sin duda, una de las claves de la época. Después del 11-S, filósofos, politólogos y sociólogos coincidían en que éste sería un punto de inflexión en el curso de la historia. El mundo, según el veredicto casi unánime en la resaca de la conmoción, ya no sería igual después de aquello. Y en eso no se equivocaban, pero sí al no adivinar que el terror no depararía una conciencia mayor sobre la complejidad del mundo -como esperaban Habermas o Derridá- sino todavía una mayor simplificación. Seguramente esa es una de las lecciones más inquietantes para el siglo XXI: la insustancialización de las ideas, la esquematización de la realidad, la infantilización del pensamiento, el maniqueísmo de los valores. El terror ha sufrido, particularmente, esa jibarización reduccionista y la 'anomia' social alertada por Ralf Dahrendorf.

Convertir el terrorismo global en un comic permite, sobre todo, asignar el rol de buenos y malos con facilidad. «La civilización ha sido atacada por bárbaros cobardes» exclama el presidente de EEUU (a aquellos terroristas se les puede descalificar por casi todo, pero no exactamente por cobardes, aunque eso le permite atribuirse el contrapapel de 'valiente') para liderar 'la guerra contra el mal' (expresada así se justifica por sí misma, sin más argumentos, incluso hasta la disparatada teoría del ataque preventivo; y catalogada de 'guerra justa' ya no requiere hacer Justicia porque ésta es inherente, y de ahí Guantánamo o la Patriot Act). En esa clave reside el éxito de la ultraconservadora Sarah Palin -antiecologista y antidarwiniana en el siglo XXI- acusando a Obama de estar más preocupado por los derechos que por la victoria en la guerra contra el terror. Se supone que el derecho es un instrumento del éxito, no un impedimento, pero ella sabe lo que hace con ese desprecio al derecho que retrotrae a los peores días de los halcones neocons. Ha tomado su papel de dura en el cómic. Ella misma ha dicho que «la única diferencia entre un pitbull y yo es que yo llevo maquillaje». En el debate de las ideas, eso es morralla; en un cómic, es una frase ganadora. Y ahí están ya las encuestas.


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